En uno de sus últimos ataques de maravillosa extravagancia, la escritora Dorothy Parker (1893-1967) sugirió, con esa mezcla de sorna y sarcasmo que hicieron de ella una autora irrepetible, que en su lápida grabaran la frase «Perdonen por el polvo». Más allá de que fuera, o no, una última voluntad o un intento por quedarse, una vez más, con todo el respetable, aquel «deseo» burlón no llegó a cumplirse. Y no porque no la tomaran en serio. Menuda era la señora Parker. Pero si su vida fue puro teatro –del bueno–, tras su muerte protagonizó una trama propia de las mejores comedias de enredos de Billy Wilder. Una historia rocambolesca cuyo feliz final llegó el pasado 22 de agosto, más...
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