El
fútbol lleva un tiempo forzando su utilidad, encajando entre ruidos chirriantes su función como entretenimiento indispensable. Las gradas despejadas y los protocolos sanitarios han envuelto las reanudadas competiciones, y un aire de irrealidad recubre el espectáculo. El contraste entre la trascendencia deportiva y lo ficticio del engranaje se manifiestan en
Lisboa como en ningún sitio. Toda una
Champions, en excitante formato de Eurocopa o Mundial, se disputa entre calles carentes de color futbolístico, sin aficionados serpenteando hacia los dos estadios, sin cánticos ni alma. Solo eco. Fútbol en crudo sin salpimentar ni aderezar.
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