Han transcurrido cuarenta años de la muerte de Alfred Hitchcock y solo hemos necesitado unos cuantos días de tiempo «libre» en casa para ponernos a ver sus películas como si estuvieran en lo último del catálogo de cualquier plataforma. ¿Quién no ha aprovechado estas semanas para diluir las intrigas propias entre los títulos de Hitchcock que tuviera a mano? Desde luego, películas como «La ventana indiscreta», «Sospecha», «Encadenados», «Vértigo», «La sombra de una duda», «Recuerda», «Psicosis», «Atrapa a un ladrón», «Con la muerte en los talones», «Los pájaros»…, hasta incluso la última, «La trama», son una inagotable tarjeta de crédito para comprar horas de interés, intriga y entretenimiento.Casi todo el mundo conoce las películas de Hitchcock y también su personalidad descomunal, además de sus obsesiones, preferencias y las tramas perturbadoras con las que alimentaba su profundo cine y rolliza figura. Nació en Londres, aunque luego se nacionalizó estadounidense, y empezó muy pronto a trabajar compulsivamente en el cine mudo, donde ya dirigió películas muy poco vistas, aunque alguna tan oída como «El enemigo de las rubias», donde ya ofrece buenos apuntes de su estilo, preferencias y obsesiones. De sus títulos británicos que le facilitaron su pasaporte a Hollywood se pueden coleccionar, además de «El hombre que sabía demasiado» (del que más de veinte años después haría otra versión con James Stewart y Doris Day), otros como «39 escalones», «El agente secreto», «Sabotaje» o «Alarma en el expreso».Su peso en la historiaAlfred HitchcockLa influencia de Hitchcock en el cine es incalculable, aunque se ha escrito sobre ellos (Hitchcock, su influencia y su cine) tanto o más que sobre la Segunda Guerra Mundial, y se han hecho películas, «biopic», adaptaciones y plagios a centenares. De todo lo escrito sobre él, sobresale el libro con aura que le dedicó François Truffaut, «El cine según Hitchcock», en el que ambos desmenuzan su filmografía con mucho conocimiento y sentido del humor. En el mundillo cinéfilo se suele considerar este libro como la frontera (ficticia) que divide al gran artesano del auténtico autor… Hasta que la «nouvelle vague» no se fijó, subrayó y predicó las excelencias autorales de Hitchcock (algo de lo que tuvo que convencerlo Truffaut durante la gestación del libro, porque Hitchcock creía de sí mismo que solo era un director que hacía películas que le gustaban a todos), no alcanzó su tamaño de uno de los grandes creadores del lenguaje cinematográfico. De hecho, pueden buscar el dato de cuáles películas suyas ganaron un Oscar; o mejor, no pierdan el tiempo, porque no las hay.Pues, sabiendo el mundo todo sobre él y su cine, sobre su retorcida personalidad, su obsesión por «las rubias», sus tendencias fetichistas y su naturaleza de mirón y ser mirado (sus célebres cameos), y habiéndose contado por fuera y por dentro su relación tormentosa y retorcida con sus actrices (sus episodios con Janet Leigh son escalofriantes), queda y quedará por descubrir el gran enigma de las películas de Hitchcock, las que todos conocen y vuelven a ver sin que, misteriosamente, sufran el menor menoscabo en la curiosidad, misterio y nervioso interés. ¿Cómo es posible que un cine que lo apuesta todo al suspense y a los guiños y giros de su argumento no pierda la pegada a pesar de que uno se los sepa? ¿Qué hay en «Psicosis», en «Vértigo» o «Encadenados» que el natural «spoiler» de haberlas visto tantas veces no te permita ni un segundo de desinterés? Las escenas de la ducha, del campanario o de la bodega inciden en las mismas terminales nerviosas y emocionales que la primera vez que se vieron. Conclusión: el veneno del «spoiler» solo es indeseable para otros cines y directores, porque a Hitchcock no le afecta, tiene el antídoto.
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